martes, 22 de septiembre de 2009

Llegar a la parada

Llegar a la parada y no esperar ni un minuto el bondi un viernes por la noche es motivo suficiente para que nos cambie el humor y nos haga sentir algo afortunados, aunque después resulte como resulte. Entonces me subo con mi nuevo humor y voy hacia el centro, cuando escucho una gran carcajada de unas chicas, que miraban hacia fuera desde la fila de dos asientos, sigo su mirada y veo a dos niñas golpeando sin cesar a un muchacho con unas escobas, en lo que parecía la esquina de un quiosco. Me pareció irónico que les cause tanta gracia un hecho como ese!
Sigo a bordo del bondi hacia el centro, pensando en lo hermosa que se ve la ciudad de noche, toda pintada lista para divertirse en sus diversas formas, cuando observo (en un momento que el bondi se detiene) a una familia encerrada en el de palier su edificio, encerrados por sus propios miedos, el miedo que les causaba un sujeto común y corriente que se estaba cambiando de abrigo a unos metros de ahí. Me pareció muy loco que ese nivel de paranoia se halla ido más allá del límite. Como la ciudad porta una máscara bien pintada, una máscara que cubre la soledad y la violencia, esconde los miedos y las risas, que desde acá arriba parecen ser lo mismo muchas veces.

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